Es lamentable que personas
desalmadas y despiadadas decidan acabar con la vida de una pobre gente
totalmente inocente y que no es para nada culpable de sus locuras.
Pero no se
debe tener en cuenta sólo los atentados del 13-N, ya que estos atentados sólo
han trasladado al corazón de Europa la barbarie con la que conviven los
ciudadanos de Siria e Irak desde hace años.
Los europeos, y con ellos el resto
del mundo, deben aceptar que el islam como religión no es terrorista.
Sin
embargo, el yihadismo, y como culminación suya el ISIS, sí son una versión
ultraortodoxa del islam.
París ha sufrido un
terrible 13-N, como por desgracia antes lo vivieron Nueva York con su 11-S,
Madrid con su 11-M, Bali con su 12-O, Londres con su 7-J… Atentados en el mundo
que demuestran que el fanático terrorista no conoce límites, y que la cobardía
de esos asesinos criminales y sus cómplices que odian al mundo occidental debe
ser combatida con toda la firmeza y unidad por parte de las democracias del
mundo. Es obligación de los dirigentes democráticos luchar de verdad contra el
fanatismo. Vaya toda la solidaridad (toda, porque no hay diferencias entre
París, Madrid, Nueva York, Bali,…) hacia las víctimas de la capital francesa, a
las que el horror islamista ha robado su vida. La solidaridad no debe conocer
fronteras; al igual que tampoco la necesaria batalla contra el macabro
terrorismo.
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